Juan Vicente Pérez
Alexis De Tocqueville ya nos lo advertía en su Discurso ante la Asamblea Constituyente en 1848: “La democracia extiende la esfera de la libertad individual; el socialismo la restringe. La democracia atribuye todo valor posible al individuo; el socialismo hace de cada hombre un simple agente, un simple número. La democracia y el socialismo solo tienen en común una palabra: igualdad. Pero adviértase la diferencia: mientras la democracia aspira a la igualdad en la libertad, el socialismo aspira a la igualdad en la coerción y la servidumbre”. Así de sencillo y complejo a la vez, mientras nuestras sociedades avanzan en medio de este siglo XXI alienadas por el nuevo totalitarismo ideológico. La coerción que ejercen los nuevos mecanismos de poder, hábilmente manejados desde las instancias gubernamentales, han generado un nuevo relato en el que líderes carismáticos y élites de “iluminados” se arrogan la interpretación de la voluntad y del espíritu del pueblo.
Una deriva populista que espoleada en tiempos de crisis nos trajo la Nueva Política. Un bálsamo democrático envuelto por el multipartidismo que irrumpía en la política española destronando al bipartidismo imperfecto. Siete años después de ese cambio cualitativo, vivimos sumidos en un tsunami político, sacudidos por la mayor crisis de nuestra historia reciente y con las fórmulas propuestas por los adalides de la nueva política totalmente desacreditadas. No se si Bauman y su “política líquida” están siendo derrotados por la realpolitik, pero si que sus exponentes en la nueva política española se están diluyendo tras su asalto a los cielos. Podemos y Ciudadanos viven momentos complejos, porque complejo es su encaje conceptual. Radicalizados en el populismo bolivariano y guerracivilista unos y en la ambigüedad ideológica los otros, sus incongruencias han ido socavando su capital político. Un capital político que la factoría Sánchez-Redondo busca recapitalizar en beneficio propio.Una estrategia para recomponer el espacio político que le interesa, eliminando dos piezas en una misma jugada.
Un convulso escenario que ha implosionado en medio del primer aniversario de la pandemia y que ha dispuesto el 4 de mayo como cita ineludible para la madre de todas las batallas ideológicas. Ni los mejores guionistas podrían seguir el trepidante ritmo de la realidad política española que, una vez más, lanza un órdago a lo grande. Mayo siempre ha sido un mes vinculado a la Libertad. Así lo vieron Daoiz y Velarde desde el Cuartel de Monteleón. Coraje y heroísmo que vuelven a encontrarse ahora, con Isabel Díaz Ayuso en la Real Casa de Correos de protagonista, en un enfrentamiento que marcará un antes y un después en la política española. La política actual no hace prisioneros y la sociedad que la sufre tampoco. Extenuados y cabreados tras un año de pandemia, sujetos a los vaivenes de gobiernos que siempre han ido por detrás de ella, los ciudadanos empiezan a moverse de su zona de confort para exigir responsabilidades, que ya tocaba. Anteponer la agenda política a la propia gestión de la pandemia, esconderte detrás de un Estado de Alarma manipulado a tu conveniencia, delegando la responsabilidad y la gestión del caos a las Administraciones periféricas (CCAA y Ayuntamientos) debe tener un coste.
Sánchez lo sabe como principal responsable. De ahí que haya buscado aumentar la polarización y el debate, desviando una vez más la atención hacía donde le interesa. La batalla de Madrid le da mucho juego con el papel estelar de su Vicepresidente, abanderado del No Pasarán 5.0. Una jugada arriesgada donde tiene mucho que ganar y mucho que perder. La alianza frankenstein que lo aupó al poder puede tener las horas contadas, con la caída de su principal muñidor, pero Europa nos marca de cerca y la mochila nacional-populista es un lastre, ahora. La llegada y gestión de los fondos bien merece algún sacrificio para esa nueva normalidad que nos augura un otoño intenso. La libertad no sale gratis, ni para Sánchez.