Miguel Minguet Gimeno
Un mar de malas hierbas trepa por encima de las plantas de arroz, hasta tal punto que las ahoga, se las come, dejando sin producción a los agricultores. Al principio sucedía en unos pocos arrozales, pero con el paso de las semanas cada vez surgen más parcelas del parque natural de La Albufera con este problemón. Entre la maleza que está ganando el combate al arroz por KO técnico sobresale el ‘serreig’ (Echinochloa), ante el cual los agricultores no pueden hacer frente porque están literalmente desarmados.
La historia puede que os suene. Las políticas fitosanitarias europeas, diseñadas en los despachos a partir de utópicas estrategias alejadas de la realidad del campo, están suprimiendo materias activas para el control de las malas hierbas en el arroz sin ofrecer, al mismo tiempo, métodos alternativos de lucha viables económicamente y de una contrastada eficacia. Los herbicidas nuevos son de difícil aplicación en los arrozales valencianos debido a nuestras condiciones particulares en la gestión del agua. La única manera de deshacerse de las malas hierbas es contratando trabajadores para que las arranquen a mano pero, además de ser una tarea complicada, dispara los costes de producción a unos niveles insostenibles en términos de viabilidad.
La preocupación del sector arrocero, con todo, no acaba ahí. El caso es que si las segadoras entran a parcelas con presencia de malas hierbas efectivamente recogerán el arroz que se haya salvado, pero dejarán en el suelo restos de malas hierbas que, cuando llegue la inundación invernal, se dispersarán también a los campos situados aguas abajo. Donde hoy hay malas hierbas, mañana podría haber diez veces más.
Por eso consideramos necesario que las administraciones adopten, a corto plazo, en realidad ya, medidas de apoyo a los arroceros afectados para fanguear (mezclar las plantas con la tierra) y no segar las explotaciones que sufren un exceso de malas hierbas. Se trata de una solución desesperada que cortaría el problema de raíz, nunca mejor dicho, a cargo de los fondos de las administraciones porque son ellas mismas las que han generado este desastre con sus malas políticas.
De cara a las próximas campañas, la clase política tiene mucho trabajo pendiente por hacer en este ámbito. La prioridad es investigar y poner a disposición del sector un número suficiente de herramientas de control para minimizar las malas hierbas de una forma segura, barata y respetuosa con el medioambiente. Paralelamente, la Unión Europea debe revisar los acuerdos comerciales suscritos con países terceros con el objeto de exigir reciprocidad en las condiciones de producción de los arroces que importamos. No tiene pies ni cabeza que mientras a los arroceros comunitarios nos retiran productos fitosanitarios, a la vez permitan la entrada masiva de arroz foráneo que sigue utilizando esas sustancias prohibidas. Además de una competencia desleal que arruina a los productores, esto supone un fraude sanitario a los consumidores y un perjuicio al medio ambiente.
Dice el refrán que mala hierba nunca muere, pero en los arrozales sí debe suceder si queremos preservar el cultivo que más y mejor contribuye al mantenimiento del parque natural de La Albufera. La política cortoplacista de la Unión Europea en materia fitosanitaria está atacando la línea de flotación de la rentabilidad agraria, por lo que urge un cambio de rumbo que baje de las nubes y pise más la tierra.