Valencia, 28 de abril de 2021.- Raquel Barba
El 7 de abril se publicó Transbordo en Moscú, la última novela de Eduardo Mendoza y la que podría ser, efectivamente, la última, según ha declarado esta mañana el autor en A Buenas Horas, el programa que presenta y dirige Miguel Ángel Pastor. “Dije que lo dejaba para ver si me lo creía, pero no sé qué haré al final. Aunque sería una buena idea porque la reacción que ha provocado es de ‘qué lástima’, así que es una medida de prudencia, y yo ya tengo una edad”. No obstante, no dejaría las letras, sino únicamente las novelas: “Eso es lo que quería transmitir. No dejaré de escribir porque eso sería ir en contra de mi naturaleza, así que he pensado que quizás escribiré ensayos; pero no quiero meterme en ninguna novela”, explicaba.
De cuando empezó a escribir hasta ahora, hasta Transbordo en Moscú, han pasado dieciocho novelas y muchos cambios en el sector editorial: “Cuando empecé con mis primeros intentos nunca imaginé que nadie los leería ni que llegaría a ser escritor. De entonces a ahora hay gran diferencia, los ritmos de publicación eran extremadamente lentos”, cuenta: “Llevaba el manuscrito a las editoriales y me lo devolvían, y así pasé dos años. Y otros dos hasta que se publicó. En total, desde que terminé de escribirlo hasta que se conoció pasaron fácilmente cinco años”.
Uno de los temas de los que trata el libro es la caída del muro de Berlín, un acontecimiento histórico que, según el autor, ha caído en el olvido como muchos otros: “Parece mentira cómo un acontecimiento tan importante haya pasado a la historia como si no hubiera ocurrido, y que hizo que cambiase el mundo, sobre todo en el terreno económico. A diferencia de la Revolución Francesa, que estuvo dando vueltas durante siglos, la caída del muro de Berlín sucedió y adiós muy buenas”, lamenta.
Otro de los episodios por los que transita es la transición a la democracia en España: “Hay que tener presente el pasado, porque el que no estudia la historia está condenado a repetir sus errores. Pero no hay que revisarlo siempre a la baja, porque conseguimos un consenso; todos estaban dispuestos a colaborar y a ceder en lo que hubiese que ceder para evitar nuevos conflictos. Y fue muy bien. En muy pocos años se transformó España de tal forma que no se la reconocía”, recuerda.
No obstante, lamenta cómo los jóvenes no saben nada de esos episodios que él, como la mayoría de españoles, vivieron en primera persona y que hoy todavía recuerdan: “Han nacido en otro tiempo, con otros parámetros y con una estabilidad que parece destinada a durar para siempre. Cuando veo crispación en las calles pienso en la confianza que tenemos en el sistema y la forma en que jugamos tan libremente con él, veo esa sensación de estabilidad a prueba de bombas que hemos creado”.
El tiempo interno del relato termina a finales de 1999, a las puertas del nuevo siglo, un momento en el que “existía el temor internacional a que se parara el mundo porque los ordenadores dejarían de funcionar en el 2000. Hubo incluso reuniones de nivel gubernamental para ver cómo se podía hacer frente a lo que iba a ser la gran hecatombe. En esa nueva era se acabó el comunismo, se acabaron las guerras y las trincheras y empezó el siglo XXI, el de las comunicaciones a distancia”.
Los otros grandes protagonistas de la novela, los personajes, son un alter ego de su propio autor, “uno a modo de parodia”, matiza. “Los dos me han ayudado a contarme a mí mismo mi vida, a construir las experiencias y los recuerdos, y a darles forma literaria”.