Valencia, 2 de marzo de 2021
Pasado el Carnaval y metidos en plena Cuaresma, seguimos inmersos en plena carrera contra el virus. Una carrera que ya empieza a desgastar a propios y extraños mientras, desde Moncloa, siguen marcando el día a día en esta piel de toro para mayor gloria de Sánchez. Una efectiva política de comunicación que marca, dirige, enfatiza, difumina, anula, impulsa y controla todo lo que se mueve. Como bien dijo el mítico vocalista de The Doors, Jim Morrison, “Quien controla los medios de comunicación, controla las mentes”. Un aforismo que manejan a la perfección y así nos va.
La otrora octava economía del mundo (hoy somos la decimocuarta) se convulsiona tras un año de gestión pandémica. Mientras se dispara la deuda improductiva, el gobierno sigue ahogando a las empresas y autónomos. Hemos prestado el menor apoyo al tejido productivo de todos nuestros socios, malgastando la confianza de la UE y el BCE como uno de los países con mayor volumen de recursos disponibles. Todo un gran despliegue de “anuncios” sobre las supuestas “ayudas” que se han quedado en eso. Anuncios que llegan tarde (el muro burocrático es infranqueable) mal (las incongruencias de la letra pequeña y de los condicionantes para acceder son totalmente excluyentes) y totalmente insuficientes, mientras la presión fiscal e impositiva ha aumentado y los costes empresariales también. Si alguien buscaba un cambio del “modelo productivo”, esa cantinela ideológica que tanto ha gustado siempre al social-comunismo, esta crisis le está viniendo como anillo al dedo. No es que no se dejará a nadie atrás. Es que no va a quedar nadie de pie.
Mientras, la factoría monclovita más interesada en desviar la atención del respetable que en tapar las vías de agua que nos llevan irremediablemente al fondo, sigue encantada con su útil y servicial Vicepresidente podemita, alfil ideológico y socio interesado. No tenemos bastante con la que está cayendo, que encima se propicia el incendio y asalto de las calles para denunciar la anomalía democrática en la que vivimos desde hace cuarenta años. Vivir para ver. Ni Iglesias podría llegar a más ni Sánchez a menos. Todo vale para demoler el espíritu del 78.
Una perfomance del progresismo neomarxista y su bien pertrechada guerrilla urbana, mientras alcanzamos los 100.000 fallecidos por el COVID, 300.000 autónomos siguen sin trabajar y un millón no ganan ni el SMI, los ERTES se disparan (900.000), el paro real roza los 6’8 millones de personas y la deuda pública sube a su nivel más alto desde la Guerra de Cuba, tras alcanzar el 117% del PIB. Toda una realidad difuminada por el potente aparato mediático del gobierno que con la pandemia e Iglesias de escudo, nos ocultan que España se descuelga de la recuperación de la OCDE y la Eurozona por octavo mes consecutivo.
Vivimos en un gran país a pesar de sus gobernantes. Un país donde la complicidad con la violencia no es admisible, ni asumible, ni justificable. Con un horizonte negro, no podemos perder un minuto blanqueando a los que jalean su estulticia, burlándose del Estado de Derecho. Es mucho lo que nos jugamos para caer en el juego de aquellos que si son una verdadera anomalía democrática. Ante el silencio atronador de algunos que van repartiendo carnets de demócratas, la sociedad española vuelve a verse en una encrucijada histórica. Con el peor gobierno en el peor momento, solo la sociedad civil puede servir de eficaz contrapeso a las acometidas populistas, porque como bien advertía Tácito, “Para quienes ambicionan el poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio”.